LA VERACIDAD


La verdad sin el hombre no tendría ningún sentido. El hombre se mide por la verdad y esta, por el hombre. Es un valor importante que con el tiempo se devalúa a medida que el relativismo social se incrementa. 

Tanto a nivel personal como corporativo, la pérdida de confianza viene propiciada por un hecho relacionado con la verdad de una situación. ¡No ha hecho lo que prometió¡ ¡Mienten, no han cumplido lo que prometieron¡ son expresiones que escuchamos continuamente y manifiestan una realidad clara de la pérdida de credibilidad, en teoría, con el devenir de los años esta situación se incrementa consiguiendo un desequilibrio en la sociedad. 



El antónimo de la verdad es el engaño, la mentira. Qué lejos quedan aquellos pactos millonarios que se cerraban con un apretón de manos y un café con churros en el bar de turno. Los pleitos casi no se conocían porque las gentes cumplían con sus compromisos. Ahora, los contratos, se han sofisticado tanto que siempre se encuentra el resquicio por el que se incumplirá un compromiso sin vulnerar la Ley. Una vez más debemos reconocer que, prohibir, regular, legislar, castigar no producen los efectos esperados y cada vez hay más gente en las cárceles y más cárceles en todo el mundo.


Fijémonos en un fenómeno curioso. Cada vez, más personas influyentes,  deciden  pasar temporadas más o menos largas en las cárceles. Ellos han faltado a la verdad y son condenados a pagar por ello. Faltar a la verdad se ha trasladado a todas las clases sociales, incluso a la nobleza. El deterioro de la sociedad es real y alarmante. Las personas no consideran la verdad como una virtud que hay que esgrimir, siempre. El relativismo ha conseguido que aquellos que se preciaban de una personalidad recia ahora no comprendan que por apropiarse indebidamente de unos milloncejos pierdan esa categoría tan preciada.

La lucha por la veracidad debería ser una máxima a conseguir por todos, en especial por esos hombres que sufren la ausencia de la verdad y no temen  convertirse en personas espiritualmente insignificantes. El hombre está llamado cotidianamente e instado, utilizando argumentos bíblicos, a “hacer la verdad”, a “caminar en la verdad” y a “permanecer en la verdad”.

Si nos adentramos en entornos profesionales, abogacía, medicina, enseñanza y algún otro, observaremos que amar a la verdad resulta más complejo,  de hecho son profesiones sujetas a códigos deontológicos que obligan a cumplir unas normas, previamente establecidas. Un abogado experimentado sabe cuando un cliente le está engañando y un médico encubre un diagnostico para el mejor bien del paciente. Estas decisiones serían aceptables, únicamente, cuando no se producen daños ni a terceros ni al bien común de la sociedad. En cualquier caso la conciencia y el conjunto de valores personales deberían tener la última palabra. 

Comportarse franco, sincero, veraz, proporciona normalmente un bienestar que compensa por encima de cualquier mentira que mas tarde o más temprano caerá como una losa de mármol encima de nuestras cabezas. Para ser veraz hay que ser muy valiente, en ocasiones el compromiso que se nos presenta puede ser enorme y las consecuencias tremendas. Una mentira, una insidia un falso testimonio jamás debería producirse y menos cuando  perjudica a otro ser humano.

Hay muchas maneras de no decir la verdad. En tertulias mediáticas se observa a los tertulianos como contagiados por los compañeros y, el mismo presentador, le hacen a uno mismo abandonar sus principios, sus valores y tener que decir lo que ahora toca, caiga quien caiga. Con esta habitual forma de actuar se hace mucho daño y se deforma la realidad de muchas personas o instituciones. No debemos aceptar caer en esta, cada vez más, agresiva conducta, mostrémonos honestos y objetivos y nos sentiremos mucho mejor.

La verdad lleva a manifestar, con las palabras o los hechos, aquello que el individuo piensa en su interior. Sabemos que "la palabra es la expresión oral de la idea". De ahí que, por ley natural, aquello que yo expreso es algo que debe coincidir con lo que pienso. Si mi palabra no refleja la idea, estoy violando el orden natural de las cosas, voy contra la ley de Dios.

Faltar a la verdad sistemáticamente acaba por destruir a la persona reduciéndola  a cosa ya que pierde su propia identidad y la sitúa en un entorno universalmente irreal. Si por mediación de la verdad transmitimos nuestro pensamiento interior y este no es coherente con nuestras palabras, nos estamos agrediendo a nosotros mismos.

Quien no respeta la verdad no puede hacer el bien. Donde no se respeta la verdad no puede crecer la libertad, la justicia y el amor. La verdad, sobre todo la sencilla, humilde y paciente de la vida diaria, es el fundamento de las demás virtudes. Cuando la verdad no está presente, se desintegra el suelo social sobre el que nos apoyamos. 


El ser humano es plenamente tal,  solo cuando dice la verdad y se dona a los otros.

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