El político
tiene dos enemigos invisibles que hacen una labor dañina en la persona que se
dedica al noble ejercicio de la política. Uno es el poder y el otro el dinero.
Ambos son muy negativos si la persona no está debidamente preparada. El
político puede y debe formarse para no
perder el rumbo que le ha llevado a la digna misión de administrar
correctamente los impuestos de los ciudadanos, principal responsabilidad a la
que debe responder con todos los valores éticos y morales que una persona pueda
acumular.
Es muy
probable que los políticos que practican el desvalor de la corrupción y el abuso de poder, no hayan
tenido nunca la posibilidad de evaluar y asimilar el perjuicio tan grande que
se ocasionan así mismos, a los ciudadanos, y a la sostenibilidad del estado de
derecho. En esta reflexión voy a intentar subsanar este vacío formativo con la
única intención de aportar y compartir con quien lo desee, la máxima coherencia
en un tipo de responsabilidad a la que puede aspirar cualquier persona con una elevada
formación técnica pero, débil o nula, formación ética y moral.
Partimos del
supuesto que pocos políticos se han formado en universidades y, que por ende,
carecen de la formación que, en realidad, esta actividad debiera requerir por
el hecho de ser, vocacional. Me inclino por un perfil de personas que andan
ubicándose en lugares en los que nos se les exige casi nada y que la única
condición es, ser amigo o pariente de alguien que ya esta subido al carro.
Recuerdo la famosa frase de una ministra que siempre decía: “venid que esto es
gratis” por cierto, actualmente imputada en un importante procedimiento
judicial.
Cuando los adolescentes
crecen en el entorno familiar, se hace imprescindible, para conducir o
reconducir los genes, que se genere un ambiente
familiar propicio según el cual,
se formara adecuadamente al joven. Este es el primer hito por el cual un joven,
será en el futuro, alguien con valores personales, morales y éticos y otro en
el que la ausencia de estos valore lo convertirán en una persona con
deficiencias fundamentales para asumir responsabilidades públicas. De este
primer hito se deduce la necesidad de exigir a los jóvenes políticos una solida
formación técnica y una verificación de la procedencia familiar desde el punto
de vista ético. Esto ayudaría a la hora
de confiar nuestras contribuciones a las arcas públicas. No es justo ni
razonable que se les exija a los contribuyentes, aumento de impuestos y
recortes en prestaciones sociales para que, por otra puerta, nuestros dineros
se escapen sin control alguno para beneficio de unos amorales.
Todos
sabemos que gobernar es una tarea difícil y más en determinados países. Cuando
no existe cultura de comunión con la cosa pública. Cuando el deporte favorito
es el de la evasión de capitales para no pagar los impuestos que han de hacer
florecer un país. Estos perfiles salen de entornos familiares en el que este
delito es considerado como una práctica habitual reservada, solo, a los listos.
Quede muy
claro que para que la cosa funcione unos y otros deben estar en sintonía. De
nada sirve que los administradores ejerzan su responsabilidad sobre
administrados irresponsables. De ahí que el valor de la responsabilidad es básico para establecer unos parámetros de
confianza mutua que haga que unos y otros se comprometan con el bien común.
Cualquier político que se precie de tal, encontrara en esta definición, una
referencia que conviene acatar:
El sentido de la
responsabilidad Implica asumir las consecuencias de todos aquellos actos que
realizamos consciente e intencionadamente.
Se trata de uno de los
valores personales más importante, el que nace a partir de la capacidad humana
para optar entre diferentes opciones y
elegir la mejor. Haciendo uso de la
libre voluntad, de la cual resulta la necesidad de asumir todas aquellas
consecuencias que de estos actos se
deriven.
En estas
seis líneas se condensa lo que debiera ser las mejores prácticas de un político
o funcionario público. Ultimamente hemos visto declaraciones de un ex
presidente de gobierno español que ante el inicio de, la madre de todas las
crisis, justificaba su nefasta actuación basándose en que solo se equivoco en
una falta de apreciación y que no hubo
mala fe. También dice: «Mientras estuve al frente del Gobierno, España
no fue ni rescatada, ni intervenida ni tuvo que pedir ayuda». ¡Dios mío¡ cómo
se puede llegar a ser tan irresponsable
después de constatar el enorme daño
causado a todo un país. Fundamentalmente a los ciudadanos más humildes que
desde su propio trabajo, lo han perdido todo. Qué clase de democracia es esta. En la que un personaje
tan nefasto, anda suelto, cobrando del heraldo público, sacando pecho sin que
nadie le pida ninguna responsabilidad por las consecuencias de los actos
derivados de una gestión irresponsable.
Constituye
una obligación de toda persona responsable, tener la capacidad humana para optar entre
diferentes opciones y elegir la mejor, todo ello sin escusas y afrontando
con gallardía, las consecuencias.
Ser
protagonista, es la divisa del imprudente. Nuestros responsables políticos
deberían practicar frecuentemente el valor
de la prudencia. En la era tecnológica que nos ha tocado vivir, es muy
difícil engañar al ciudadano. Se dispone de mucha más información de la que en
realidad necesitamos. El afán de protagonismo, desvela normalmente, una
debilidad que puede ser muy dañina para el que la práctica y, sobre todo, para
los que la tenemos que sufrir. Cuando nos invaden los editores con basura
bibliográfica de políticos que lejos de retirarse con dignidad, se resisten
con memorias que no interesan a nadie y
que lejos de proporcionarles algún beneficio,
lo único que consiguen es aumentar la irritación del ciudadano por una
manifiesta falta de humildad. La humildad incrementa la inteligencia y, el
don de darse, hace crecer la humildad. Si alguien conoce a un político o tan
solo a un funcionario, humilde, que
me lo diga que lo comunicaremos al Guinness Récords. La humildad no es un
concepto, son muchos conceptos que engloban la sencillez, la tolerancia, la
prudencia, la benevolencia, la cautela, la veracidad, la sinceridad, es decir
el lado bonito del hombre e implica auto sacrificio y luchar contra el Egoísmo,
y el Egoísmo es arrogancia, presunción,
avaricia, y un largo etcétera, es decir el lado feo del hombre.
Seguro que ahora
entendemos mejor la enfermedad que atenaza al político y como la padece sin
saberlo. Su orgullo es su coraza, forman parte de este armamento del que se
sirve para avanzar en una carrera loca que no tiene ningún sentido. Si alguien,
es capaz, de hacer un alto en el camino y, preguntarse, ¿a dónde voy? se dará
cuenta de que las personas no pueden vivir de espaldas a unos valores éticos y
morales que le impidan desarrollarse como persona, fundamento esencial de la
misma para cumplir, con él mismo y todos los demás seres. Sabemos que no es
fácil desprenderse de los enemigos citados, poder y dinero, solo cuando se
comprende que no sirven para nada, uno se convierte en un ex enfermo
espiritual. La enfermedad más contagiosa y peligrosa del siglo XXI, una
pandemia capaz de acabar con todo, hasta con uno mismo. ¡Claro que los valores
personales pueden ser muy útiles si queremos vivir en democracia¡
La política es noble,
es una de las formas más altas de caridad. La ensuciamos cuando la usamos para
los negocios. (Pablo VI)
«Si observamos la historia del siglo
XX, a los hombres de Estado que mejoraron nuestro mundo y cuyo nombre merece
ser recordado, que son muy escasos, les movió la fe, una fe religiosa o casi
religiosa, y no una ideología. Es una paradoja de una época a la que llaman
laica, pero que, en realidad, está marcada por la trascendencia o por su deseo»
(Torcuato Luca de Tena)
Comentarios
Publicar un comentario